24 abril 2024

La obsoleta Doctrina Estrada

 


En el complejo entramado de las relaciones internacionales, cada país busca definir estrategias que protejan sus intereses y aseguren su estabilidad en el escenario global. La Doctrina Estrada, una política emblemática de México que aboga por la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, es tema de debate en cuanto a su funcionalidad y aplicación en la actualidad.

 

Formulada por el diplomático mexicano Genaro Estrada en el año de 1930, la Doctrina Estrada ha sido considerada un pilar de la política exterior mexicana. Su principio fundamental sostiene que México no reconoce la autoridad de gobiernos extranjeros, manteniendo relaciones con otros países independientemente de su sistema político interno. Esta postura, en teoría, promueve la no injerencia en asuntos internos de otras naciones y busca preservar la paz y la estabilidad regional.


En otras palabras, México no opina, juzga ni califica asuntos de otros países, así que otros países no deben de opinar, juzgar ni calificar asuntos que ocurran en México.  

 

Sin embargo, en el contexto contemporáneo, donde la interdependencia entre países cada vez es más evidente, y los conflictos locales tienen repercusiones globales, la aplicabilidad de la Doctrina Estrada ha sido puesta en duda. La idea de que los asuntos internos de un país no afectan a otros se enfrenta a la realidad de un mundo cada vez más conectado.

 

En la era de la información instantánea y la globalización, los acontecimientos en un rincón del mundo pueden impactar rápidamente en otros lugares. Crisis humanitarias, conflictos armados, desastres naturales o violaciones a los derechos humanos ya no pueden considerarse como problemas aislados que no conciernen al resto de la comunidad internacional.

 

La Doctrina Estrada se enfrenta al escrutinio público y a la creciente demanda de transparencia y rendición de cuentas. En un mundo donde la información fluye libremente y la opinión pública puede influir en las políticas gubernamentales, la idea de que los asuntos internacionales sean exclusivamente manejados por los gobiernos sin la participación ciudadana se vuelve cada vez más difícil de sostener.

 

La Doctrina Estrada, en su forma original, es totalmente obsoleta en un mundo donde la cooperación internacional y la solidaridad entre naciones son cada vez más valoradas e importantes. La crisis climática, la pandemia de COVID-19 y otros desafíos globales requieren respuestas colectivas y coordinadas que trasciendan las fronteras nacionales y promuevan la colaboración entre países.

 

Hoy estamos viendo como conflictos como la invasión del gobierno ruso a Ucrania, o los ataques de Israel a Gaza, que han puesto a temblar a las monedas y a subir el precio de los metales, al grado de aumentar el costo de la construcción de viviendas en todo el mundo, incluso en México. O como lo ocurrido con la disputa entre México y Ecuador, en donde el primero en fallar fue el Gobierno de México al darle asilo a alguien que por sus antecedentes penales no debió haber sido asilado en la embajada. 

 

Algunos defensores de la Doctrina Estrada argumentan que, si bien es necesario adaptarse a los nuevos desafíos del siglo XXI, los principios de respeto a la soberanía nacional y la no intervención siguen siendo relevantes. Abogan por una reinterpretación de estos principios que reconozca la interdependencia global y promueva la cooperación internacional sin comprometer la autodeterminación de los pueblos. Pero si la gente no tiene medicinas, ni agua, ni comida, ¿para qué le sirve la "soberanía"?

 

Si bien la Doctrina Estrada ha sido un elemento central en la política exterior de México durante décadas, su funcionalidad en el mundo actual está puesta en duda. En un contexto de creciente interconexión y demanda de transparencia, es necesario replantear sus principios para adaptarlos a los desafíos y oportunidades de la era global. La no intervención y el respeto a la soberanía nacional pueden coexistir con la necesidad de cooperación internacional y la protección de los derechos humanos en un mundo cada vez más interdependiente.

 

El gobierno de un país no puede quedarse en silencio mientras el de otro país comete atrocidades contra otro país, o contra su propio pueblo. El deber ético es dictar un juicio de valor sobre todo lo que afecte a otros de manera injusta. No estamos solos en el mundo, nadie está realmente solo.

 

Que todos tengan una muy bella y desmitificante noche.   


23 abril 2024

Las guerras de odio religioso

 


En un mundo donde la diversidad de creencias religiosas es una realidad innegable, la convocatoria a una "guerra religiosa" o "guerra santa" es más que un simple desacuerdo ideológico; es una amenaza directa a la paz y estabilidad de toda la humanidad, pues en realidad son guerras de odio.

 

Aquellos grupos que incitan a tales acciones no solo insultan los principios fundamentales de la convivencia pacífica, sino que también ponen en peligro la seguridad y el bienestar de millones de personas. La incitación a la violencia en nombre de la religión es una manifestación extrema del odio y la intolerancia.

 

Cuando un individuo utiliza la fe como justificación para sembrar discordia y promover la violencia, está pisoteando los valores más básicos de la sociedad humana, la compasión y el respeto por la vida. Como ejemplos de esos grupos de odio tenemos a distintas agrupaciones jihadistas islamistas, grupos conservadores de extrema derecha, neo-nazis, y los auto-denominados neo-“cristeros” y neo-“templarios”, por poner unos ejemplos. 

 

Es importante comprender que el odio no surge de la nada, es alimentado por la ignorancia, la retórica inflamatoria y las ideas extremistas que se propagan en ciertos grupos de odio político-religiosos. Cuando se permite que esas ideas se arraiguen y se difundan, el resultado inevitable es el conflicto y la destrucción.

 

Aquellos que convocan o apoyan una "guerra religiosa", literalmente están jugando con fuego, pues su retórica incendiaria tiene consecuencias devastadoras. No solo están poniendo en peligro la vida y la seguridad de quienes se ven atrapados en el conflicto, sino que también están socavando los cimientos mismos de la civilización.

 

La incitación al odio no solo es moralmente reprensible, sino que también es legalmente punible en muchos países. Los individuos que promueven la violencia en nombre de la religión deben ser responsabilizados por sus acciones y enfrentar las consecuencias legales con todo rigor.

 

En una sociedad democrática y pluralista, la protección de los derechos humanos y la promoción de la tolerancia son imperativos fundamentales. Cuando permitimos que la intolerancia y el odio se propaguen sin control, estamos poniendo en peligro el tejido mismo de nuestra sociedad.

 

Es por eso que aquellos que incitan al odio y promueven la violencia en nombre de “su dios” deben ser tratados como criminales, con la seriedad que se merecen. Ya sea a través de la aplicación estricta de la ley o mediante intervenciones psiquiátricas en casos de trastornos mentales subyacentes, es crucial abordar este problema de manera decisiva y efectiva.

 

La paz y la convivencia pacífica deben de ser nuestras prioridades más importantes. Ninguna ideología, por más ferviente que sea, puede justificar la violencia y el odio hacia los demás. Las personas valen más que cualquier creencia o ideología, y es nuestra responsabilidad proteger su seguridad y bienestar.

 

La incitación a una "guerra santa" merece ser tratada como un tema de alto riesgo. Y reiteramos, todos aquellos que siembran el odio en la sociedad deben enfrentar las consecuencias de sus acciones, ya sea a través de la aplicación de la ley, o mediante atención psiquiátricas urgente. Solo así podemos construir un mundo donde la paz y la tolerancia sean los pilares fundamentales de nuestra convivencia.

 

Que todos tengan una muy bella y desmitificante noche. 


19 abril 2024

Ser libertario es ser progresista



En los círculos políticos contemporáneos, la intersección entre el progresismo y el libertarismo es a menudo objeto de controversia. Algunos sostienen que estas dos corrientes ideológicas son diferentes, mientras que muchos otros argumentan que están intrínsecamente hermanadas. Al examinar detenidamente los principios fundamentales de cada una, queda claro que el auténtico espíritu del libertarismo encuentra su máxima expresión en el progresismo. Aquí les explicamos.

El libertarismo, en su esencia, defiende la idea de máxima libertad individual y la mínima interferencia del gobierno en la vida de las personas. Aboga por la autonomía personal, la propiedad privada y la no agresión como principios fundamentales. Y para que estas ideas se materialicen plenamente, es necesario un entorno social y político que fomente la igualdad de oportunidades que proteja los derechos de todos los individuos, especialmente de aquellos que históricamente han sido marginados y discriminados.

Aquí es donde entra en juego el progresismo. El progresismo se centra en avanzar hacia una sociedad más justa, equitativa y libre de opresión. Busca abordar las desigualdades, promover la inclusión y garantizar que todas las personas tengan acceso a oportunidades y derechos básicos. En última instancia, el progresismo aspira a construir un mundo en el que cada individuo pueda desarrollar su máximo potencial, sin verse limitado por barreras injustas impuestas por la sociedad o el gobierno.

Cuando se consideran estos principios en conjunto, se hace evidente que el auténtico libertarismo no puede separarse del progresismo. La defensa de la libertad individual y la autonomía personal va de la mano con la lucha por la justicia social y la igualdad de oportunidades. Después de todo, ¿cómo puede alguien ser verdaderamente libre si está atrapado en un sistema que perpetúa la discriminación y la desigualdad?

Vergonzosamente, hoy en día, en México y en Latinoamérica, encontramos falsos libertarios que están en contra del progresismo, porque en realidad son de ideologías conservadoras “de derecha”, que están en contra de las libertades y derechos humanos que vayan en contra de sus ideologías. Pero que se ponen la máscara de libertarios para así engañar al público y ganar más seguidores.

El papel del gobierno en este contexto es crucial. Si bien el libertarismo aboga por limitar la intervención gubernamental, también reconoce que el gobierno tiene la obligación de garantizar un entorno justo y equitativo para todos los ciudadanos. Esto implica la implementación de leyes que protejan los derechos civiles, combatan la discriminación y promuevan la igualdad de oportunidades. En otras palabras, el gobierno tiene que ser un defensor activo de los principios progresistas para garantizar que la libertad individual sea verdaderamente significativa para todos.

Es importante aclarar que el progresismo no implica necesariamente un aumento del poder del gobierno. Se trata de utilizar al gobierno como una herramienta para corregir las injusticias y crear las condiciones necesarias para que la libertad y la igualdad florezcan. Esto puede implicar, en algunos casos, una intervención más activa del gobierno, pero siempre con el objetivo de empoderar a los individuos y proteger sus derechos básicos.

La idea de que el libertarismo y el progresismo son opuestos, como afirman varios conservadores, es una mentira. En realidad, el auténtico espíritu del libertarismo solo puede realizarse plenamente dentro de un marco progresista que busque eliminar las barreras injustas y promover la igualdad de oportunidades para todos. Al reconocer y abrazar esta conexión fundamental, podemos trabajar juntos hacia la construcción de una sociedad más libre, justa y próspera para todos sus miembros.

Que todos tengan una muy bella y desmitificante noche.  

18 abril 2024

Rezar sí es delito si se hace para hostigar a otros



La libertad religiosa es un derecho humano muy importante, como todos los demás, pero a veces puede corromperse hacia formas de comportamiento que infringen los derechos, libertades y dignidad de los demás.

 

Si bien rezar en sí mismo no constituye un delito, su ejercicio puede convertirse en una herramienta de coacción, acoso y obstrucción si se lleva a cabo con la intención de limitar las libertades individuales y los derechos civiles. Algo que ya ha ocurrido en varias partes del mundo donde, minorías católicas agresivas, han utilizado este método para hostigar a otros para que no tengan acceso a lugares, o a información, que va contra sus creencias religiosas.  

 

El libre tránsito de las personas es un derecho fundamental en cualquier sociedad democrática. Sin embargo, cuando el acto de rezar se utiliza como una estrategia para obstaculizar intencionalmente el movimiento de personas hacia ciertos lugares, ya sea por motivos religiosos o de cualquier otro tipo, esto se convierte en una violación flagrante de esos derechos. Bloquear el acceso a un lugar público o privado basándose en creencias religiosas es una acción que atenta contra los principios de igualdad y libertad que sustentan la sociedad moderna.

 

El acoso y la coacción hacia personas que no siguen las mismas creencias religiosas o que simplemente desean acceder a lugares que no concuerdan con ciertas supersticiones religiosas también son conductas inaceptables en una sociedad que valora la diversidad y el respeto mutuo. Nadie debería ser objeto de hostigamiento e intimidación debido a sus creencias personales o a la falta de ellas.

 

En este sentido, es crucial que las autoridades gubernamentales tomen medidas firmes para proteger los derechos de todos los ciudadanos y prevenir el abuso de la práctica religiosa como medio de imposición o control. Aquellos que utilicen el acto de rezar como una herramienta para coaccionar, acosar o limitar los derechos de los demás deben ser penalizados por sus acciones ante la ley.

 

Esto no implica una restricción a la libertad de culto, sino más bien un llamado a la responsabilidad y al respeto por los derechos de los demás. La libertad religiosa debe ejercerse dentro de los límites del respeto mutuo y la convivencia pacífica, sin infringir los derechos y libertades fundamentales de quienes no comparten las mismas creencias.

 

Seamos honestos y francos. Cuando se utiliza el rezar como medio para afectar las libertades y derechos de los demás, ya sea obstruyendo el libre tránsito, coaccionando y acosando a personas por motivos religiosos, se convierte en una conducta criminal que debe ser tratada como tal por las autoridades competentes. Deje de ser un simple rezo para convertirse en actos de odio, y lo justo y lo correcto en esos casos es que deben de ser castigados como delitos de odio. 


El respeto por la diversidad de creencias y el principio de igualdad ante la ley son fundamentales para garantizar una convivencia armoniosa y justa en cualquier sociedad moderna, y así debe de ser para todos, creyentes y no creyentes.

 

Que todos tengan una muy bella y desmitificante noche. 

12 abril 2024

El discurso de odio en las redes sociales



En la era digital, las plataformas públicas en línea se han convertido en espacios de interacción, debate y expresión para millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, junto con las oportunidades que ofrecen estas plataformas, también surgen desafíos significativos, especialmente en lo que respecta a la difusión de discursos de odio y la manipulación de la opinión pública.

El fenómeno de los discursos de odio en línea es un problema grave que amenaza la cohesión social y promueve la división y el prejuicio. Estos discursos pueden manifestarse de diversas formas, incluyendo el racismo, la xenofobia, la homofobia, la misoginia y otros tipos de discriminación. Además, estas plataformas también pueden ser utilizadas por individuos y grupos con agendas extremistas para radicalizar a otros y promover la violencia.

"Ninguna plataforma pública deber ser usada para dar discursos de odio ni para lavar la imagen de quienes los promueven", así lo dijo Ulises Figueroa, experto analista especialista en temas de Perspectiva de Género, quien también ha sufrido de los embates de los defensores de las ideologías de odio.  

El lavado de imagen, o "greenwashing" como se le llama, es una estrategia utilizada por ciertos individuos, grupos conservadores político-religiosos, empresas y hasta varias instituciones gubernamentales para ocultar o minimizar aspectos negativos de su imagen pública, presentando una versión distorsionada y falsa de sí mismos, haciéndolos ver “más buenos” o ser ellos “las víctimas”. El lavado de imagen puede incluir desde la omisión de información relevante hasta la manipulación de la percepción pública a través de campañas de relaciones públicas.

La combinación de estos dos fenómenos representa una seria amenaza para la integridad de las plataformas públicas en línea y para la sociedad en general. Es crucial abordar este problema desde múltiples frentes y establecer medidas efectivas para prevenir y contrarrestar la difusión de discursos de odio y el lavado de imagen en línea.

Una de las formas más importantes de abordar este problema es mediante la implementación de políticas y regulaciones claras por parte de las plataformas de redes sociales. Estas políticas deben prohibir estrictamente la promoción de discursos de odio y el uso de la plataforma para lavar la imagen de individuos o grupos que promuevan tales discursos. Además, las plataformas deben establecer mecanismos robustos para identificar y eliminar contenido que incite al odio o promueva la violencia.

Además de las acciones por parte de las plataformas, es necesario un compromiso activo por parte de los usuarios para promover un entorno en línea más seguro y saludable. Esto incluye educar a los usuarios sobre los peligros de los discursos de odio y el lavado de imagen, así como fomentar prácticas de consumo responsable de contenido en línea. Los usuarios también deben ser alentados a denunciar cualquier contenido que consideren que viola las políticas de la plataforma.

Es imperativo que los gobiernos y las autoridades reguladoras desempeñen un papel activo en la supervisión y regulación de las plataformas en línea. Esto puede incluir la promulgación de leyes y regulaciones que impongan sanciones a las plataformas que no cumplan con las normas establecidas para prevenir la difusión de discursos de odio y el lavado de imagen. En México hay algunas propuestas políticas para penalizar, incluso con cárcel, el utilizar los distintos medios de comunicación y las redes sociales para promover ideologías de odio, pero de momento están estancadas en el tintero.  

Las plataformas de redes sociales tienen la responsabilidad moral de garantizar que no se utilicen para promover discursos de odio ni para lavar la imagen de quienes los promueven. Esto requiere un esfuerzo concertado por parte de las plataformas, los usuarios y las autoridades reguladoras para establecer políticas claras, educar a los usuarios y hacer cumplir las regulaciones pertinentes. Solo a través de una acción colectiva podemos construir un entorno en línea más inclusivo, respetuoso y seguro para todos.

Ahí se las dejo de tarea.
 

11 abril 2024

La eutanasia es por piedad



La discusión sobre si se debe permitir o no la eutanasia, tanto en humanos como en animales, ha dividido a muchos con argumentos a favor y en contra. Uno de los argumentos más destacados es el paralelismo entre la eutanasia en animales y en humanos, sugiriendo que si se permite en un caso, también debería permitirse en el otro.

En muchos países, la eutanasia de animales se lleva a cabo en situaciones donde se considera que el sufrimiento del animal es insoportable e irreversible. Esta práctica se realiza con la intención de aliviar el dolor y evitar un mayor sufrimiento al animal. Las razones de la eutanasia animal es la compasión, basada en el principio de minimizar el sufrimiento innecesario.

La decisión de aplicar la eutanasia a un animal está normalmente en manos de un veterinario, quien evalúa la condición del animal y determina si el procedimiento es ético y necesario. Esta evaluación se basa en criterios específicos, como la calidad de vida del animal, la gravedad de su enfermedad o lesión, y la posibilidad de recuperación.

El argumento a favor de la eutanasia en los seres humanos se basa en el paralelismo con la eutanasia en animales. Según este punto de vista, si la eutanasia se considera una opción compasiva y ética para aliviar el sufrimiento de los animales, ¿por qué debería negarse a los seres humanos que están experimentando un sufrimiento similar e irreparable?

Desde esta perspectiva, los seres humanos deberíamos tener el derecho de tomar decisiones autónomas sobre el final de nuestras vidas, especialmente en situaciones de enfermedad terminal o sufrimiento extremo. Al igual que en el caso de los animales, se sostiene que permitir la eutanasia en seres humanos puede ser una forma de mostrar compasión y respeto por su autonomía y dignidad.

La cuestión de la eutanasia en seres humanos genera una serie de dilemas éticos que deben ser considerados. Por ejemplo, ¿cómo se define el "sufrimiento insoportable e irreversible" en el contexto humano? ¿Quién debería tener la autoridad para tomar la decisión de aplicar la eutanasia? ¿Los tanatólogos deberían de ser los encargados del proceso?

En última instancia, la cuestión de si se debe permitir la eutanasia en seres humanos es un asunto profundamente personal, que requiere un examen cuidadoso de los valores y principios que sustentan nuestras creencias sobre la vida, la muerte y el sufrimiento humano.

¿La ortotanasia es una opción para una “muerte digna”? La ortotanasia se refiere a la suspensión de tratamientos médicos innecesarios o desproporcionados que prolongan artificialmente la vida de una persona en situaciones donde la muerte es inevitable e inminente.

La ortotanasia se basa en la idea de respetar la muerte natural y permitir que esta ocurra sin intervenciones médicas que prolonguen innecesariamente la vida del paciente. Se centra en proporcionar cuidados paliativos adecuados para aliviar el sufrimiento y mejorar la calidad de vida del paciente en sus últimos momentos. Esto implica la retirada de tratamientos médicos que no ofrecen beneficios significativos y que pueden causar más sufrimiento o malestar al paciente.

A pesar de los principios éticos que sustentan la ortotanasia, muchos argumentan que esta no proporciona una verdadera opción para una muerte digna. Una de las principales críticas es que, en muchos casos, la aplicación de la ortotanasia depende de la disponibilidad y calidad de los cuidados paliativos. Si los cuidados paliativos no están disponibles o no son suficientes, los pacientes pueden experimentar un sufrimiento innecesario, lo que puede socavar el principio de una muerte digna.

Es fundamental que los sistemas de salud prioricen la provisión de cuidados paliativos de calidad y promuevan una atención centrada en el paciente que respete sus deseos y valores al final de la vida. El debate sobre la muerte digna nos invita a reflexionar sobre nuestras creencias y valores en torno al sufrimiento, la autonomía y la dignidad humana. La búsqueda de soluciones que respeten y protejan estos principios fundamentales es un desafío continuo que requiere un diálogo abierto y respetuoso en la sociedad.

Ahí se las dejo de tarea. 

10 abril 2024

El deber ser de una prospera sociedad laica


En el vasto panorama de la convivencia humana, la intersección entre sociedades y creencias religiosas ha sido un tema de constante debate y reflexión. La cuestión de si una sociedad debe adecuarse a las creencias religiosas o si estas últimas deben adaptarse a la evolución de la sociedad ha sido objeto de discusión durante siglos. En la era moderna, este debate sigue siendo relevante, con posturas que van desde la defensa de la “libertad religiosa” hasta la crítica de la influencia religiosa en asuntos sociales.

Una perspectiva emergente plantea que ninguna sociedad está obligada a ajustarse a ninguna creencia religiosa, argumentando que si una religión no se adapta a los valores y necesidades cambiantes de la sociedad, entonces merece ser olvidada por la población. Esta postura se fundamenta en la premisa de que el respeto hacia las personas y sus derechos individuales esta muy por encima de las creencias religiosas, especialmente aquellas arraigadas en tradiciones antiguas.

En primer lugar, es esencial reconocer que las religiones han sido una parte integral de la historia y la cultura de las civilizaciones en todo el mundo, moldeando identidades colectivas y proporcionando relativos marcos éticos y morales para la vida individual y comunitaria. Sin embargo, la diversidad religiosa también ha sido fuente de conflictos y tensiones, especialmente cuando las creencias de una religión entran en conflicto con los valores fundamentales de una sociedad moderna y multicultural.

En una sociedad cada vez más globalizada es crucial fomentar el respeto y la tolerancia hacia las diversas creencias religiosas y corrientes de pensamiento. Sin embargo, este respeto no implica que las sociedades deban subordinar sus valores y principios fundamentales a las doctrinas religiosas que puedan ser anacrónicas o contrarias al progreso humano. Por el contrario, el respeto hacia las personas implica el reconocimiento de su autonomía y dignidad, así como el derecho a vivir de acuerdo con sus propias convicciones, siempre y cuando no infrinjan los derechos de los demás.

Desde esta perspectiva, la idea que grupos conservadores promueven, de que una sociedad debe adecuarse a una creencia religiosa, puede resultar problemática, ya que podría implicar la imposición de normas y prácticas religiosas sobre individuos que no comparten esas creencias. Esto podría conducir a la discriminación, la exclusión y la violación de los derechos humanos, especialmente de aquellos que pertenecen a minorías religiosas o no tienen afiliación religiosa alguna.

Por otro lado, el argumento de que las creencias religiosas deben adaptarse a la sociedad contemporánea se basa en la necesidad racional de promover la cohesión social, el pluralismo y el respeto mutuo. Las religiones que se resisten al cambio y se aferran a dogmas rígidos pueden obstaculizar el progreso social y dificultar la convivencia pacífica en una sociedad pluralista. En este sentido, las creencias religiosas que no evolucionan con el tiempo corren el riesgo de volverse irrelevantes o incluso perjudiciales para el bienestar colectivo.¿

Es importante destacar que el respeto hacia las personas no implica necesariamente el respeto incondicional hacia todas las creencias religiosas. Al igual que cualquier otra forma de pensamiento, las creencias religiosas están sujetas al escrutinio crítico y al debate público. Si una creencia religiosa promueve la intolerancia, la discriminación o la violencia, es legítimo cuestionar su validez y relevancia en una sociedad democrática.

En un mundo cada vez más interconectado y diverso, es fundamental buscar un equilibrio entre el respeto hacia las creencias religiosas y la defensa de los derechos individuales y los valores democráticos. En esta búsqueda, el diálogo abierto, la tolerancia y el respeto mutuo son herramientas indispensables para construir sociedades justas, inclusivas y respetuosas de la dignidad humana en todas sus dimensiones.

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27 marzo 2024

Terapias de Conversión: Un atentado a los derechos de los hijos

 


En la sociedad moderna la lucha por los derechos humanos y la dignidad individual ha alcanzado una gran importancia. Sin embargo, existen áreas en las que estas luchas siguen siendo coartadas, especialmente en el contexto de las creencias religiosas y/o supersticiosas; especialmente en relación con la orientación sexual y la identidad de género.

 

Uno de los temas más preocupantes donde estas creencias persisten es en la peligrosa práctica conocida como “terapia de conversión”, una práctica arcaica y peligrosa que busca cambiar la orientación sexual o la identidad de género de una persona. Es crucial reconocer que las creencias religiosas de los padres, aunque arraigadas en ideologías antiguas, no pueden superar los derechos, libertades y dignidad de sus hijos. La imposición de estas creencias a través de la terapia de conversión es una violación flagrante de los derechos humanos fundamentales, y en toda medida merece ser tratada como un crimen.

 

La terapia de conversión se basa en la idea falsa y totalmente desacreditada de que la orientación sexual o la identidad de género pueden y deben cambiarse, según ciertos cánones ideológicos. Esta práctica, que puede incluir terapia de aversión, asesoramiento religioso o técnicas de "reparación", no solo carece de base científica, sino que también puede tener consecuencias psicológicas devastadoras para aquellos que son sometidos a ella.

 

Los niños y adolescentes son especialmente vulnerables a los daños causados por la terapia de conversión. En una etapa de desarrollo crucial, son forzados a reprimir su verdadero ser y a negar aspectos fundamentales de su identidad. Esto no solo puede conducir a problemas de salud mental, como depresión, ansiedad y suicidio, sino que también puede afectar negativamente su autoestima y su capacidad para formar relaciones saludables en el futuro.

 

Debemos de saber, a ciencia cierta, que la disforia de género no es ninguna enfermedad. Si un individuo experimenta o muestra alguna presunta incongruencia de género o disconformidad con su género, esto en sí mismo no se considera un trastorno. Se considera una variante normal en la identidad y la expresión de género humana. La ciencia así lo ha confirmado.

 

Pero a pesar de los crecientes movimientos en todo el mundo para prohibir la terapia de conversión, sigue siendo practicada en muchas partes, a menudo respaldada por creencias netamente supersticiosas arraigadas en la sociedad. Los padres que obligan a sus hijos a someterse a esta práctica están participando en un acto de abuso emocional y físico, ignorando por completo los derechos inherentes de sus hijos a la autonomía y la autodeterminación.

 

Es fundamental que las autoridades gubernamentales tomen medidas firmes para proteger a los niños y adolescentes de las terapias de conversión. Esto implica la implementación de leyes que prohíban específicamente esta práctica, así como la educación pública sobre los peligros y la falta de validez científica de la terapia de conversión. Además, es necesario proporcionar apoyo y recursos adecuados a aquellos que han sido víctimas de esta práctica dañina.

 

Seamos honestos, la participación en la terapia de conversión debería ser tratada como un crimen, y aquellos que perpetúan esta violación de los derechos humanos deberían ser llevados ante la justicia. Afortunadamente la Cámara de Diputados de México acaba de aprobar el dictamen que reforma diversos ordenamientos para sancionar y penalizar las prácticas que pretenden corregir la orientación sexual de las personas.

 

Es imperativo que la sociedad reconozca que las creencias religiosas o supersticiosas no pueden justificar la imposición de sufrimiento a los niños y adolescentes. La protección de los derechos, libertades y dignidad de los hijos debe ser una prioridad inquebrantable, y cualquier forma de terapia de conversión que amenace estos principios debe ser extirpada de nuestra sociedad.

26 marzo 2024

El crimen de los discursos de odio

 


En un mundo cada vez más libre y globalizado, la diversidad de opiniones, creencias y formas de vida es algo que enriquece nuestra sociedad. Sin embargo, junto con esta diversidad, también surgen ideologías y discursos que promueven el odio, la discriminación y la violencia hacia ciertos grupos de personas.

 

Es crucial reconocer que así como las terapias de conversión, que buscan cambiar la orientación sexual o identidad de género de una persona, deben ser totalmente penalizadas, los discursos de las ideologías de odio también deben enfrentar medidas legales estrictas. El odio no solo destruye familias y comunidades, sino que también puede llevar a consecuencias devastadoras, incluso la pérdida de inocentes vidas humanas.

 

Las terapias de conversión, condenadas por organizaciones médicas y de derechos humanos en todo el mundo, se basan en la premisa falsa de que la orientación sexual o la identidad de género de una persona son “trastornos” que pueden y deben ser "curados".

 

Estas prácticas no solo son ineficaces, sino que también causan un profundo daño psicológico y emocional a quienes las experimentan. Es por eso que numerosos países están adoptando legislaciones que prohíben estas terapias y penalizan a quienes las promueven o practican.

 

Los discursos de odio son igualmente dañinos y deben ser tratados con la misma seriedad y urgencia. Estos discursos alimentan la intolerancia, fomentan la discriminación y pueden incitar a la violencia contra individuos o grupos específicos en función de su raza, religión, orientación sexual, identidad de género, origen étnico u otras características protegidas. Las palabras cargadas de odio pueden crear un clima de miedo e inseguridad, marginando a personas enteras y socavando los derechos humanos fundamentales.

 

Es necesario comprender que la libertad de expresión no es un derecho absoluto. Si bien es importante proteger la libertad de expresión y el derecho a expresar opiniones y creencias, estas libertades no deben ser utilizadas como un escudo para propagar mensajes de odio y violencia. Los discursos que incitan al odio y a la discriminación no son meras expresiones de opinión, sino actos que ponen en peligro la dignidad y la seguridad de los demás.

 

Para proteger los derechos humanos y promover una sociedad más inclusiva y respetuosa, es imperativo que los discursos de odio sean abordados con seriedad por parte de los sistemas legales y de justicia en todo el mundo. Esto implica la implementación de leyes y políticas que prohíban y sancionen de manera efectiva la promoción y difusión de discursos de odio en todas sus formas, ya sea en línea, en los medios de comunicación o en el discurso público.

 

Además, es necesario un esfuerzo continuo para educar y sensibilizar a la sociedad sobre los impactos perjudiciales de los discursos de odio y promover el respeto, la diversidad y la inclusión. La educación en derechos humanos y la promoción del diálogo intercultural y la empatía son herramientas poderosas para contrarrestar el odio y la intolerancia desde sus raíces.

 

Debemos recordar que las creencias o la fe de una persona nunca deben justificar la discriminación o la violencia hacia otros seres humanos. La dignidad y el valor inherentes de cada individuo deben ser protegidos y respetados en todo momento. Penalizar los discursos de odio es un paso crucial hacia la construcción de un mundo donde la tolerancia, la compasión y la justicia sean los pilares fundamentales de nuestra convivencia.

 

Ahí se los dejo de tarea. 

25 marzo 2024

La disforia de género no es mala, el fanatismo sí



En los últimos años, la disforia de género ha sido objeto de intenso debate en la sociedad contemporánea. A menudo malinterpretada y estigmatizada, esta condición ha sido equiparada erróneamente con enfermedades mentales, mientras que otros problemas de salud mental, como el fanatismo religioso, pasan desapercibidos.

 

La disforia de género es una experiencia de malestar persistente causada por una discrepancia entre el género que una persona siente y el sexo asignado al nacer. Es importante comprender que la disforia de género no es una enfermedad mental en sí misma. De hecho, la Asociación Americana de Psiquiatría eliminó la categorización de la disforia de género como un trastorno mental en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-5). En cambio, la considera una condición relacionada con la identidad de género.

 

Las personas que experimentan disforia de género merecen comprensión y apoyo, no estigmatización ni discriminación. La atención médica adecuada, que puede incluir terapia de afirmación de género y, en algunos casos, terapia hormonal o cirugía de reasignación de género, puede ser crucial para el bienestar de quienes la padecen. Pero eso sólo lo puede diagnosticar un médico profesional.

 

Es fundamental reconocer que negar la identidad de género de una persona o forzarla a vivir de acuerdo con normas impuestas puede tener consecuencias devastadoras para su salud mental y emocional.

 

Por otro lado, el fanatismo religioso es un fenómeno que puede manifestarse de diversas formas, desde la intolerancia y el fundamentalismo hasta el extremismo violento. Si bien la religión en sí misma no es necesariamente un indicador de trastorno mental, el fanatismo religioso implica una adherencia extremadamente rígida a creencias y prácticas religiosas, a menudo acompañada de un rechazo dogmático de puntos de vista alternativos.

 

El fanatismo religioso puede conducir a actos de odio y violencia contra individuos o grupos que no comparten las mismas creencias. Históricamente, hemos sido testigos de atrocidades perpetradas en nombre de la religión, desde persecuciones religiosas hasta actos terroristas. Estos actos extremos son impulsados por una combinación de creencias distorsionadas, intolerancia y falta de empatía hacia los demás.

 

Es importante abordar el fanatismo religioso como un problema de salud mental debido a sus consecuencias potencialmente devastadoras. Las personas que padecen fanatismo religioso pueden ser vulnerables a la manipulación por parte de líderes extremistas y pueden representar una amenaza para la seguridad pública y la cohesión social. La intervención temprana, que puede incluir terapia cognitivo-conductual y programas de desradicalización y sensibilización, son esenciales para prevenir la radicalización violenta y proteger a las comunidades vulnerables.

 

Es crucial distinguir entre la disforia de género y el fanatismo religioso en el contexto de la salud mental. Mientras que la disforia de género es una condición relacionada con la identidad de género, no una enfermedad, que merece comprensión y apoyo, el fanatismo religioso sí representa un peligroso trastorno mental que puede conducir a actos de odio y violencia.

 

Abordar el fanatismo religioso desde una perspectiva de salud mental es fundamental para proteger a la sociedad y así promover la tolerancia y el respeto hacia la diversidad de creencias y experiencias de género.


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